Donald Trump escribió en 2008 el libro ‘Think Big’, en el cual muestra la evolución de su estilo gerencial y sus valores como líder. En dicho libro hay un capítulo que habla sobre la venganza y al final del mismo hace énfasis en el desquite a través de varios puntos. “Cuando alguien te hace daño, devuélveselo con creces”; “busca la yugular, para que las personas que lo vean no quieran meterse contigo”. Ambas diatribas han sido la base sobre la que se ha fundamentado el modus operandi del magnate neoyorquino, primero como empresario y luego como presidente de Estados Unidos.
Pero la mezquindad vengativa de Trump no es de cosecha propia. Tuvo un malvado y despiadado maestro: el abogado Roy Cohn. Su fama está precedida por un relato repleto de amenazas y procesos espurios que tiene su primer hito en la década de 1950. Cohn comenzó su carrera como fiscal federal, pero fue su actuación en el juicio de Julius y Ethel Rosenberg, juzgados y condenados por pasar información secreta a los soviéticos en 1951, lo que marcó sus primeras hazañas en los tabloides.
Este caso puso en evidencia las altas cotas de cinismo de un personaje como Cohn. Fue capaz de tergiversar los hechos para servirse a sí mismo, aunque eso significase enviar a alguien a la silla eléctrica. Poco después de aquel juicio, comenzó a trabajar estrechamente con el senador Joe McCarthy y el director del FBI, J. Edgar Hoover. Un malvado triunvirato que logró orquestar uno de los capítulos más oscuros en la historia de Estados Unidos: la caza de brujas contra cualquier indicio de actividad comunista.
Finalmente, las acciones de la oleada represiva conocida como ‘Temor rojo’ acabaron por irritar al presidente Eisenhower hasta el punto de promover una moción de censura en el Senado contra McCarthy, que finalmente renunció al cargo en 1954. Sin embargo, Roy Cohn, lejos de amedrentarse y mostrar arrepentimiento, comenzó una larga carrera como abogado en Nueva York. Entre sus clientes se encontraban capos mafiosos como Antonhy Salerno, Carmine Galante y John Gooti. Y también estaba el empresario inmobiliario Fred Trump, padre de un jovencísimo Donald Trump.
Casi todas las biografías escritas sobre el actual presidente de Estados Unidos le reservan un lugar. Cuando el magnate y él se conocieron, este era el abogado más temido de Nueva York. Establecieron una estrecha relación. Aquellas noches desenfrenadas de la época dorada de Studio 54 lo atestiguan. Cohn fue para Trump algo así como un protector y guía espiritual que le introdujo y le proporcionó el empuje sin escrúpulos necesario en el campo minado de la política de la ciudad de Nueva York y las élites de Manhattan.
Tal como ha contado Trump en más de una ocasión, se encontró con Cohn por primera vez en el local nocturno Le Club y le pidió asesoramiento sobre cómo actuar ante una demanda que acusaba a los Trump de discriminación al prohibir a la gente negra alquilar pisos de su compañía. Cohn no vaciló en su respuesta: “Diles que se vayan al infierno y luchen contra el asunto en la corte y demuestren que están siendo discriminados”. Días después, la familia anunció una demanda contra el Departamento de Justicia por difamación por 100 millones de dólares. La demanda no prosperó, pero los Trump nunca admitieron su culpa y se fueron de rositas.
¿Recuerdas? “Cuando alguien te hace daño, devuélveselo con creces”; “busca la yugular, para que las personas que lo vean no quieran meterse contigo”. Desde que Donald Trump conoció a Cohn ambas lecciones las ha repetido cual mantra en toda su trayectoria. “Con el implacable abogado como guía, Trump se lanzó a los círculos de poder de la ciudad y aprendió muchas de las tácticas que, inexplicablemente, lo llevarían a la Casa Blanca años después”, puntualizaba la periodista Marie Brenner en un reportaje para la revista Vanity Fair.
Un homosexual homófobo
“No querrías conocer a Roy Cohn. Es el hombre más malvado que jamás hayas visto. Llegué a conocerle a lo largo de los años y fue como almorzar con Satanás”, asegura el veterano periodista neoyorquino Ken Auletta en el documental de Netflix ‘Trump: An American Dream’. Aquellos que le conocieron o tuvieron que enfrentarse a él coinciden en que su poder se debió, en gran medida, a su capacidad para asustar a sus oponentes bajo amenazas huecas. Y aquellos que contrataron sus servicios tuvieron que cumplir a rajatabla una exigencia: lealtad blindada. Una lealtad que pasaba por esconder el mayor secreto de Cohn: su homosexualidad.
Quien fuera un famoso miembro del Comité de Actividades Antiamericanas que luchó contra los homosexuales, era gay. Cohn, quien finalmente murió de SIDA en 1986 —aunque él insistía que padecía cáncer de hígado—, fue un feroz opositor de los derechos de los homosexuales. Murió inhabilitado y sin un céntimo, en la más absoluta ignominia, dejando un rastro de enemigos, vidas arruinadas y un legado podrido a su paso. Un poderoso defenestrado que no pasó desapercibido para la industria del entretenimiento que le ha dedicado dos películas: ‘Citizen Cohn’ (1992) y ‘Angels in America’ (2003). Dos papeles interpretados por los grandilocuentes James Woods y Al Pacino, respectivamente.
Donald Trump a menudo ha dicho que necesita a alguien como el fallecido Roy Cohn para representarlo hoy. De hecho, cuando Trump fue elegido presidente, confesó lo siguiente a Roger Stone, asesor del magnate y amigo íntimo de Cohn: “¿Roy no adoraría este momento? ¡Cómo sentimos su falta!”.
*Artículo originalmente publicado en el número 51 de Vis-à-Vis. Pide tu ejemplar en papel en tienda.ploimedia.com o descarga la edición digital interactiva para iOS o Android.