El aire despreocupado que desprenden sus pintas, pese a su rasurado, no se corresponde con su concepción metódica de la comedia. Ignatius (Tenerife, 1973) es un cómico funambulista, que se mueve con destreza por los límites del humor hasta el punto de permanecer indemne y encima ser admirado por ello. Quien haya visto ‘El fin de la comedia’ sabrá que Ignatius tiene más de Juan Ignacio Delgado Alemany y que su alter ego encima del escenario o en ‘La vida moderna’ es fruto de la histeria. Una ansiedad canalizada a través de un grito sordo, del que ya hablaba Freud antes de que existiera el ‘loco de las coles’. La timidez resulta una actitud ajena a cualquier humorista, pero se revela aparente en el caso de Ignatius cuando se muestra algo esquivo en los primeros minutos del encuentro. Sin embargo, acaba sellando la conversación con un abrazo y un sentido gracias. Tal vez después de leer la entrevista te pase como a nosotros y acabes por considerar plausible que este cómico genuino que succiona pezones al respetable pueda ser un futuro presentador de la gala de los Premios Goya. Ahí lo dejamos señores académicos.
Remontémonos hasta tu infancia. ¿Fuiste un niño gracioso?
Solo fui gracioso un año. En 5º de EGB fui muy gracioso, pero luego ya me daba corte. En 6º de EGB me daba la sensación de que tenía que ser tan gracioso como en quinto y me pudo la presión y me vine abajo. Y entonces dije “si queréis que sea gracioso lo haré, pero cobrando”.
¿En qué momento decidiste dedicarte en serio a la comedia?
Cuando vi por primera vez a Faemino y Cansado pensé que me gustaría ser como ellos. Yo me imaginaba la vida que podía tener un cómico o cómo podría ser una vida dedicándote a eso y empecé a fantasear. Otro hecho que me hizo lanzarme de cabeza fue ver a los cómicos ingleses durante mi etapa en Londres. Me fui allí a buscarme la vida y empecé a ver a muchos cómicos a los que no entendía demasiado pero me gustaba mucho ese ambiente. Esto coincidió justo en el tiempo cuando estaba empezando en España ‘El Club de la Comedia’ y ‘Paramount Comedy’. Y otra cosa que también influyó es que no tenía nada, no tuve que renunciar a nada para cambiarlo por la comedia. Yo nunca pensé que pudiera tener el coraje suficiente de dar este paso, porque es un poco locura pretender dedicarte a esto de repente, pero te llevas a ti mismo a una situación tan límite que te pones entre la espada y la pared. Es decir, que convertirse en cómico era casi una huida hacia delante y me forcé en conseguir que mi vida fuera lo suficientemente miserable para que la idea de convertirme en cómico no me resultara traumática (risas). De ahí que diga que la comedia me salvó la vida.
¿Y cuándo se forjó el personaje de Ignatius?
No lo considero un personaje porque nunca me paré a premeditar un tipo de actitud o comportamiento encima de un escenario. Lo que hago en el escenario sobre todo demuestra mis carencias como cómico. No soy un cómico que tenga el aplomo suficiente como para saber llevar la situación, me puede la ansiedad, no lo puedo controlar. De hecho Freud decía que si alguna vez se tiene que representar lo que significa la ansiedad se debería hacer mediante un grito sordo. El grito sordo en realidad es un tic que tengo desde los 12 años, que me sale en situaciones de nervios y se me quedó ya para siempre, hasta se me desencajaba la mandíbula. No me sé comportar como un cómico guay y entonces me puede la histeria y la ansiedad y a lo mejor por eso arriba del escenario soy distinto a como soy fuera, pero no porque sea un personaje sino porque realmente me pueden los nervios y me acabo comportando de esa manera ansiosa y alocada. En cuanto al nombre, es un homenaje a un profesor del instituto que fue para mí un mentor, él me animó a venir a estudiar a Madrid y en clase ya me empezó a llamar Ignatius, porque decía que le recordaba al personaje de la novela de la ‘Conjura de los necios’, que fue el primer libro que leí.
“Me forcé en conseguir que mi vida fuera lo suficientemente miserable para que la idea de convertirme en cómico no me resultara traumática”
Aunque cada vez se mima más a la comedia stand-up y al humor menos convencional. ¿Crees que los cómicos más conocidos en este país son los mejores?
No, pero eso pasa en todos ladeos. En ningún país del mundo los cómicos más conocidos son los mejores. Es una cosa natural, que tendrá que ver con esa tensión que hay entre lo mainstream y lo alternativo. Por supuesto que hay cómicos admirables que consiguen ser estrellas. En Estados Unidos por ejemplo, Louis C.K. quizá sea el cómico más conocido, pero él mismo reconoce que no es el mejor. Quizá el mejor cómico estadounidense actualmente sea Doug Stanhope, que es alguien totalmente desconocido y es una leyenda en la comedia, que porta esa antorcha del stand-up comedy, que siempre se vincula a un tipo de humor más contestatario y antisistema, que desarrollaron cómicos como Lenny Bruce y Richard Pryor.
¿Te ves algún día presentando la gala de los Premios Goya?
Hombre, por qué no (se ríe). Como Dani Rovira, por ejemplo, que es amigo desde que empezamos juntos en ‘Paramount Comedy’. Es muy bonito que alguien que empieza en la comedia se acabe convirtiendo en una estrella de cine, igual que le sucedió a gente como Eddie Murphy, Robin Williams o Steve Martin, cómicos que empezaron de la manera más arrastrada y luego acaban siendo estrellas del sistema del entretenimiento. En España, Dani Rovira es un ejemplo de eso. Poder llegar a presentar la gala de los Goya, joder es una cosa muy bonita.
Te mueves con soltura en los límites del humor. Conociendo tan bien este terreno, ¿crees que hay límites que no se deberían traspasar?
Sí, pienso que se puede hacer comedia sobre cualquier tema, en ese sentido no habría límites, pero no se puede hacer comedia de cualquier manera, y ahí es donde estaría el límite. Un cómico puede meter la pata, yo lo he hecho muchas veces y no es una cosa de la que esté orgulloso. Es decir, un cómico tiene que haber ofendido antes a mucha gente injustamente para aprender a medir eso.
Es decir, que no es tanto una cuestión de temas intratatables sino de chistes malos, ¿no?
Exacto, siempre te las puedes ingeniar para hablar de cualquier manera y salir del paso, y conseguir hacer comedia con eso. A lo mejor con el tema menos tabú puedes utilizar un tono desagradable y fuera de lugar y te das cuenta de que no tenías que haberlo hecho de esa manera. Uno cuando está arriba del escenario lo nota rápidamente, la gente te da un poder para comportarte de cierta manera y tú tienes que saber utilizar eso. Tú mismo notas cuando has metido la pata o has utilizado mal esa situación y el público te lo hace saber igual.
Decía George Carlin que “el cómico tiene el privilegio, pero también el deber de pasarse de la raya”. ¿El humor tiene que ser molesto para que sea humor?
Hay que reconocer que este oficio no es como cualquier otro. Si un cómico no llega a rozar esos límites realmente no está haciendo bien su trabajo. Ya que el público te da esa oportunidad, tienes que hacerlo de la mejor manera y no contentarte con hacer comedia de una manera estándar o cliché, porque la comedia no es eso. La comedia, tal como la entiendo yo, es acercarte a ese límite y tienes el deber de pasarte tres pueblos. Eso no lo puede hacer un médico o un político (se ríe), pero nosotros nos dedicamos a un oficio que sí te permite hacer eso.
¿Es posible hacer humor sin herir la sensibilidad de nadie?
No, y menos ahora, porque igual que un cómico puede meter la pata, ahora lo que está pasando es que mucha gente quiere hacerse la ofendida sin tener derecho a serlo. Entonces, una cosa acaba confrontándose con la otra. Hay mucha gente ridícula y mediocre que se siente más importante si de repente se siente ofendida y se le hace ‘casito’. Hemos creado una sociedad que, por un lado, permite que un cómico pueda expresarse de cierta forma, y por otro, hay gente inútil y mediocre que se puede sentir amparada.
“Hay mucha gente ridícula y mediocre que se siente más importante si de repente se siente ofendida y se le hace ‘casito’”
¿En tu trayectoria has recibido algún toque de atención por hablar de algún tema considerado tabú o por algún chiste?
Sí, eso es habitual en los sitios donde actúo, no necesariamente en una grabación para televisión o radio. Una de las últimas veces que actué en un local acabé pegándome, a veces las cosas no fluyen (se ríe).
¿Qué opinas sobre las condenas por hacer chistes en Twitter?
Es una ida de olla muy fuerte. Porque puede no gustarte cierto tipo de comedia, pero que haya gente que pueda llegar a ir a la cárcel por eso es muy ridículo.
¿Significa esto que nos estamos volviendo más intolerantes o los tabúes cambian y hay más canales para decir lo que no nos gusta?
Hemos creado un escenario en el que esas posturas chocan. Las redes sociales amplifican las opiniones y te encuentras con que hay más gente estúpida de la que tú pensabas. La estupidez realmente no tiene límites y te acabas encontrando con que esa gente existe y hemos creado una sociedad en la que a determinado tipo de gente se le hace caso. Por supuesto, que hay que respetar a todo el mundo, pero el respeto también es algo que hay que ganárselo. Hay gente que se cree que se puede hacer la ofendida o protestar contra ciertas cosas y es gente muy inútil y muy ridícula que no tiene ese derecho. Pero que jueces, que se supone que tienen estudios y dos dedos de frente, caigan también en perseguir este tipo de comportamiento es lo más ridículo que existe.
Decía Mark Twain que “la fuente secreta del humor no es la diversión sino el dolor”. ¿Planteas tu humor desde ese principio?
Más que el dolor yo diría que la honestidad. Al fin y al cabo todas las personas sentimos dolor de una manera o de otra. Si eres cómico tienes la suerte de que puedes volcar eso en el escenario. Si eres honesto contigo mismo tienes que admitir que muchas veces sientes dolor por ciertas cosas y no tienes que refugiarte detrás de una trinchera para ocultarlo. También me gustan los cómicos que no ocultan su alegría, gente muy alegre, muy entusiasmada por todo, que no intentan aparentar una actitud cínica ante la vida, sino que expresan su felicidad honestamente.
La serie ‘El fin de la comedia’ sigue las andanzas de Ignatius Farray al bajarse del escenario. ¿Qué hay de realidad y de ficción en este metarrelato?
Cuando Miguel Esteban, Raúl Navarro y yo nos juntamos para pensar lo que podría ser la serie teníamos la ambición de mostrar el contraste que hay entre estar arriba y fuera del escenario, que en mi caso es bastante acentuado. Por otro lado, nos hacía mucha ilusión hacer una serie con un tono determinado, muy realista, con una actitud muy natural. No es una serie chistosa, lo primero que quitábamos de los guiones eran los chistes si se nos ocurrían. Queríamos tener una serie que se basara en cosas que nos han sucedido, principalmente a mí, pero también a Miguel y a Raúl. A la hora de recrear eso en un episodio de ficción ya lo estás contando a tu manera, por lo tanto en ese trasvase de la realidad a la ficción algo se pierde o se gana. Pero en principio el afán es ser muy honesto con nosotros mismos y contar las cosas como nos sucedieron y como lo sentimos. Queremos dar las gracias a Comedy Central, porque tampoco es normal que una cadena de televisión te dé toda la libertad para hacer una serie, porque a lo mejor ‘Médico de familia’ o ‘Aquí no hay quien viva’ también querían hacerlo así, pero no se lo permitieron (se escuchan carcajadas). Va a sonar muy presuntuoso, pero pienso que hemos conseguido hacer una serie de autor, en el sentido de que hemos hecho lo que hemos querido.
¿Por qué crees que está funcionando tan bien este tipo de comedia alternativa?
No es una serie como las que suelen hacerse en España, en ese sentido es una serie bastante rebelde, no por el contenido en sí porque no es especialmente transgresor, sino por el formato. La gente tiene otros hábitos e igual que se ven series españolas, también se ven series americanas como ‘Louie’, ‘Girls’ o ‘The Office’, que se estrenan en España casi al mismo tiempo que se están estrenando en Estados Unidos. La gente ahora tiene más cultura audiovisual para ver la originalidad de ‘El fin de la comedia’ y valorar el formato, empezando por la duración de 25 minutos, que aquí no se hace. Luego hay cosas más finas, como que no haya chistes ni frases graciosas, la comedia surge de la situación. Nos hemos sentido respaldados por gente del mundo audiovisual y esto puede significar que ‘El fin de la comedia’ sea el principio de otras muchas cosas.
“Pienso que se puede hacer comedia sobre cualquier tema, pero no de cualquier manera”
La interacción con el público es uno de tus fuertes. Esa simbiosis tiene su máxima expresión cuando succionas pezones. ¿Cuándo fue el momento en el que pensaste que era buena idea?
Fue hace diez años cuando actuaba los domingos en ‘La Escalera de Jacob’, un sótano en el barrio de Lavapiés de Madrid. En aquella época no me dedicaba a la radio ni tenía la serie, por lo que todo los fines de semana me tenía que dedicar a las actuaciones porque era donde yo básicamente me ganaba el dinero, no tenía otra fuente de ingresos. Entonces, los domingos llegaba allí muy pasado de vuelta, después de haber actuado jueves, viernes y sábado, y de haber bebido mucho. En uno de esos domingos imagino que se me cruzaron los cables y empecé a chupar pezones, pero porque ya tienes una sensación de “me importa todo una mierda”. Eran situaciones muy límite en ese sentido. Ahora tengo la suerte de que viene mucha gente pretendiendo que le chupe los pezones, pero al principio era una puta locura, había actuaciones que terminaba yo persiguiendo a un tío para chupárselos o me acuerdo de una actuación en la que cogí a una persona del público y la llevé contra la pared. Eran sacrificios y violaciones genuinas (se ríe). Luego eso lamentablemente se ha perdido y ahora es una cosa más consabida y consensuada. Una vez en Bilbao nueve tíos llegaron a hacer cola para que les chupara los pezones. Ahí la gracia también se pierde, porque el primero todavía es algo de locura, pero llega un momento en el que esa tensión se pierde y ya estás chupando pezones en plan burocrático.
¿Qué tendría que pasar encima de un escenario para que consideraras qué has hecho una mala actuación?
La sensación que más se ha repetido después de terminar una actuación a lo largo de estos 15 años desde que empecé a actuar es el arrepentimiento, me siento avergonzado de lo que he hecho. Pocas veces digo “ha quedado guay”. La sensación mental habitual es de arrepentimiento y de remordimiento, de decir “lo hubiera hecho de otra forma”, “aquí no me comporté bien”, “no tenía que haber dicho eso”. Me como mucho la cabeza y lo paso muy mal cuando veo que hay gente a la que le he hecho sentirse incómoda. No busco para nada la incomodidad ni que la gente se sienta mal por algo que pueda haber dicho. A veces noto que he metido la pata y no sabes lo mal que lo paso, es de los peores momentos. Yo ya he desarrollado una especie de resorte dentro de mí que en cuanto noto algo de eso enseguida pido perdón o me acuerdo de la gente y cuando acabo la actuación voy a pedir disculpas o a darles las gracias por aguantarme. De las peores veces es cuando yo he sentido que lo he hecho mal y luego no encuentro a esa persona para poder disculparme. Ahí me quedo desolado.
¿Se puede ser humorista y mala persona?
Se puede ser mala persona y ser cómico, pero lo importante para ser cómico es la honestidad. Hace años vi en un libro que encontré cuando vivía en Londres la mayor cursilada que he leído en mi vida, pero han pasado los años y pienso que es lo único básico e importante para hacer comedia: “Lo único que se necesita para ser cómico es tener corazón”. Es decir, tienes que ser honesto y auténtico, por lo menos para hacer este estilo de comedia. Entonces, puedes ser mala persona pero que no te dé vergüenza mostrarlo y que la gente se dé cuenta.
Por último, completa esta frase: “La vida moderna es…”
Una mierda.
*Artículo originalmente publicado en el número especial de Vis-à-Vis ‘The Curious Issue’. Pide tu ejemplar en papel en tienda.ploimedia.com o descarga la edición digital interactiva para iOS o Android.