Hernán Zin, reportero y director: “En la paz convives con los traumas de la guerra”

Su último documental 'Morir para contar', sobre la arriesgada profesión de los reporteros de guerra, llega a los cines este jueves.

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Hernán Zin (Argentina,1971) no puede ir en coche ni pasar por túneles. Son las consecuencias de haber sido testigo de “lo peor y lo mejor del ser humano”. Este reportero de guerra acumula en su background vital más de 20 años de experiencia, en los cuales ha podido ser observador y relatante de decenas de conflictos en medio mundo.

Tras sufrir un ataque de pánico en medio de la guerra de Afganistán, decidió recapitular y hacerse una pregunta: ¿esto le habrá pasado a otros compañeros? Así surgió ‘Morir para contar’ (estreno en cines el 22 de noviembre), un sobresaliente documental que se alza como reconocimiento imprescindible a todos los reporteros de guerra que se juegan la vida para informar al mundo. Gracias al relato de los más prestigiosos periodistas de las últimas décadas, como Gervasio Sánchez, José Antonio Guardiola, Javier Espinosa, Mónica G. Prieto, Rosa Meneses, Ramón Lobo, Manu Brabo, Maysún, Mónica Bernabé y Javier Bauluz, entre otros, el espectador podrá conocer la historia de los últimos 30 años de actualidad.

Días después de recibir el premio a mejor documental en el Festival Internacional de Cine de Valladolid y de Montreal, Hernán nos recibe en su oficina para destriparnos las entrañas de una profesión arriesgada y poco valorada.

‘Morir para contar’ surge como un ejercicio de terapia tras un hecho traumático que te sucedió en 2012. ¿Qué pasó?
Estaba empotrado con las tropas de Estados Unidos en Afganistán para hacer una historia con Canal Plus sobre desactivadores de minas. Al décimo día tuve un ataque de pánico. Empecé a golpear las puertas del blindado, me saqué el chaleco antibalas, el casco y bajé en medio de la guerra. La gente me decía “te van a matar”, y yo decía “no me importa, necesito bajar”. Perdí la cabeza, me volví loco en medio de la guerra, nunca me había pasado. Fue entonces cuando me dije que era hora de parar y repensar.

¿Este hecho traumático te hizo plantearte dejar el reporterismo de guerra?
Después de ese hecho seguí, estuve en Gaza, en Siria, en Honduras… Es lo único que sé hacer. Pero lo que me llevó fue a empezar a preguntar a compañeros de profesión y amigos si les había pasado algo parecido, en busca de soluciones.

¿Qué comprobaste y qué preguntas pudiste responder rodando este documental?
Lo primero que descubrí fue que le pasa a casi todos, lo cual me sorprendió. Eso no te reconforta, pero sí te da la idea de que no estás solo. Vi cómo cada uno enfrenta el trauma, el estrés postraumático, y eso me dio muchas ideas. Lo último que aprendí es que no se cura pero convives con él. Como en la guerra aprendes a convivir con el miedo, en la paz convives con los traumas de la guerra.

¿A día de hoy cómo te afecta ese trauma?
No tengo sueños, pero no puedo estar en lugares cerrados como un coche, un avión pequeño o túneles. Vivo con ello, lo evito.

¿Cuál es el sentimiento común que compartís todos aquellos que os dedicáis a esta profesión?
Sobre todo que vale la pena, que el precio que pagas es minúsculo en comparación con las barbaridades que vemos. Eso es un poco la trampa, que como vemos a gente sufrir tanto, el sufrimiento lo vas ignorando hasta que un día te explota en la cara como me pasó en Afganistán. Pero la sensación que tengo es que vale la pena, que es el mejor oficio del mundo, tiene tanto sentido que esto es nada más que gajes del oficio.

“Perdí la cabeza, me volví loco en medio de la guerra”

¿Hay compañerismo durante la cobertura de una guerra?
Hay muchísimo compañerismo, nunca he visto a nadie que yo llamara para pedir un contacto fuera en Afganistán o en Somalia que me dijera que no, porque todos entendemos que compartir la agenda te puede salvar la vida a ti o a tu compañero. Yo he visto cosas que la gente no esperaba de un periodista, como reporteros del ABC en las matanzas de Kenia en 2007 yendo a la farmacia a comprar medicinas para la gente, eso es espectacular. Nos involucramos muchísimo, mucho más de lo que la gente piensa.

¿En algún momento has pensado que estabas arriesgando demasiado?
No, siempre he sido muy prudente. Sí creo que he extendido demasiado en el tiempo el trabajo, debería haberlo dejado hace mucho tiempo.

De todo lo que han podido ver tus ojos, ¿qué es lo que más te ha aterrorizado?
Es difícil una cuestión así cuantitativa o cualitativa en 20 años de trabajo. Te diría Gaza como un infierno, una cárcel en cielo abierto, un campo de concentración, tanto dolor provocado adrede y aceptado por todos me da mucha rabia. También Congo, te desgarran las violaciones masivas de mujeres, de niños y bebés, es algo que no tiene nombre. Somalia que lleva 20 años en una guerra de la que nadie habla, con las hambrunas. Uganda con los secuestros de los niños soldados. Cada conflicto te toca de alguna manera, te conmueve, te horroriza, te atraviesa y te lastima.

El fotoperiodista Manu Brabo confiesa en el documental: “Si estoy perdiendo el brazo es evidente, ¿pero si estoy perdiendo el alma?”. ¿Te ha pasado?
Sí, creo que Manu lo explica muy bien en toda la película. Por un lado, a nosotros nos cuesta mucho entender cosas de aquí, te cuesta mucho aterrizar y empatizar, haces un esfuerzo. Y por otro lado, a la gente le cuesta mucho entender de dónde viene, como si vinieras de Marte, y aunque la gente te quiere y te quiere ayudar, no te entiende porque ni nosotros mismos entendemos qué nos pasa. Entonces, si tienes una herida, te secuestran o te pegan un tiro es evidente, pero si vienes tocado y mal, la gente no te entiende y es lógico.

“Cada conflicto te toca de alguna manera, te conmueve, te horroriza, te atraviesa y te lastima”

¿Presenciar una guerra te vuelve más humano o llegas a odiar al ser humano?
Va por días. Hay conflictos como el de Gaza que siempre he vuelto muy, muy cabreado con la humanidad, muy descreído. Pero en Gaza también ves a gente que no se rinde, esas familias que han bombardeado su casa, te sacan de en medio de los escombros, te ofrecen un té. Ese tipo de gestos humanos son maravillosos. Una guerra es blanco y negro, ves lo mejor y lo peor, el asesino, el violador, el psicópata que tiene campo libre para hacer lo que quiera, pero también la gente que lucha, que aguanta, que sigue unida. Entonces, un día tengo mucha fe y unos días tengo mucho hastío.

La verdad es la primera víctima de toda guerra. ¿Cómo lidiáis los reporteros para poder superar las censuras y lograr la objetividad?
Yo creo que aquí en España, como es un país que no está en primera línea de la agenda, no tenemos censura. El problema es la autocensura que nos ponemos por toda la ideología y a veces hay cuestiones que cuesta criticar y tener un punto de vista ecuánime, yo hago un esfuerzo. Creo justamente que los trabajos tienen que tener algo de incómodo, provocador, de sacar a la gente de la zona de confort y ver las cosas desde otro punto de vista. Creo que eso es el buen reporterismo, sea de guerra o no, que te hace mirar la realidad de otra manera.

¿Crees que el reporterismo de guerra está valorado como se merece?
Creo que al reporterismo le pasa como a los maestros o los enfermeros, que es un trabajo que tiene mucha visibilidad, pero no está valorado. Pero no solo el reporterismo en conflictos, en general el periodismo no está valorado. Ahora que vemos el avance del populismo y las noticias falsas, creo que todo el mundo deberíamos decir que es momento de defender la buena información de calidad, las preguntas bien hechas, investigadas. Es el momento de buscar fuentes sólidas, desde New York Times hasta The Economist, todo lo que sea que sepas que está bien contado, mantener un espíritu crítico con todo es muy importante. Por eso creo que el documental llega en un buen momento, porque pone en valor lo que implica hacer una noticia y ojalá la gente preste más atención a las noticias de una fuente fiable, porque cuesta mucho sacrificio y mucho esfuerzo.

Mencionabas antes el ascenso del populismo y las fake news, ¿está el periodismo en peligro?
No. Hay mucha información de primera mano, el tema es que quizás la fuente no es la habitual. Que nosotros no demos toda la información no quiere decir que esa información no esté o que no haya otros reporteros de otros países haciéndola. Para mí estamos mejor informados que nunca, pero es como en Netflix que tienes que buscar la película que quieres ver. Es un cambio de paradigma, de modelo, pero no quiere decir que no haya información veraz y que no haya gente contando las historias.

No tienes hijos. ¿Tiene que ver con que te resultaba imposible compatibilizar ser padre con ir a una guerra?
Sí, para mí es incompatible tener una familia y trabajar en esto. Me alegra mucho la gente que lo consigue, creo que es admirable. Pero en mi caso no lo he podido compatibilizar, porque no lo he querido así, porque es una putada que te maten y dejar un niño.

¿Te has sentido culpable cada vez que te has ido a cubrir una guerra?
Siempre que he ido a un conflicto he tenido culpa, sobre todo por mi madre porque es una putada si te pasa algo. Pero ha sido muy generosa, me quiso bien, me quiso libre y nunca me ha dicho nada ni me ha puesto una pega. Creo que lo entienden y lo aceptan porque saben que es una vocación muy fuerte.

“Para mí es incompatible tener una familia y trabajar en esto”

¿Entre tanta tragedia hay tiempo para el humor?
Hay muchísimo humor, de hecho publiqué este año ‘Querida guerra mía’ (La esfera de los libros, 2018) donde cuento la guerra en código de humor. El humor es el recurso inteligente frente a la devastación, si en un momento haces una broma y te ríes de ti mismo, es muy sano. Por ejemplo, los habitantes de Gaza tienen un humor negro, cuando se pueden reír de las barbaridades que les hacen es el momento en el que los ves más fuerte, más resilientes. Creo que es sano, es inteligente y es necesario, al final la vida es un accidente que no entendemos bien cómo va, estamos aquí y no sabemos bien para qué y por qué. Es una comedia un poco absurda.

¿Es más difícil para las reporteras que para vosotros cubrir conflictos en determinados países donde la mujer está sometida al control del hombre?
Yo las admiro porque son lugares casi siempre muy machistas, muy retrógrados donde está la posibilidad de la violencia sexual, es muy valiente ser mujer reportera. Por otro lado, tienen acceso a cierta intimidad. Por ejemplo, en el mundo árabe pueden entrar a donde están las mujeres. Tienen ventajas y desventajas. Compañeras como Maysun, Mónica García Prieto o Mónica Bernabé son gente a la que admiro muchísimo. Pero no es una cosa de hombres o mujeres, es como aúnas la sensibilidad, cómo lo quieres contar, todos los puntos de vista son necesarios y son complementarios. Hay periodistas que van más hacia lo militar, otros más a lo político, yo voy más siempre a las personas.

Al mismo tiempo que no cesan los conflictos, los países occidentales no dejan de vender armas a países en guerra. Mala ecuación esta, ¿no?
La ayuda humanitaria es el servicio postventa de la venta de armas. Así está diseñado el mundo, ojalá no fuera así. Es una mezcla un poco perversa, vender armas y después enviar ayuda humanitaria.

El periodismo de guerra, según Hernán Zin

¿Por qué decides ser reportero de guerra?
Porque tuve mucha suerte en la vida, lo he tenido todo. Una buena familia, una buena educación y me parecía que debía devolver algo a la sociedad. De joven me fui a vivir a Calcuta a un barrio de chabolas y después me di cuenta de que en la guerra era donde más dolor, sufrimiento e injusticia hay. Lo hice para dar voz a la gente, para denunciar los horrores de la guerra, nunca tuve otra motivación que no fuera esa. También nos divertimos, hay mucho compañerismo y es apasionante estar donde está la historia. Pero la motivación última, la única que para mí verdaderamente justifica un trabajo y un esfuerzo tan grande, es estar con la gente que sufre.

¿Cómo te preparas cada vez que vas a cubrir una guerra?
Casi todos los conflictos son iguales. Tener mucha información antes de viajar, la información es lo que te salva la vida. Tratar de tener todas las fuentes en el terreno que sean posibles, de cooperantes, de amigos, productores locales. Hablar con la gente que quieres y explicarles un poco dónde vas y porqué. Por último, llevarte un buen equipo. A veces no tenemos dinero para llevar un buen chaleco, un buen seguro, luego estás allí y te das cuenta de que nadie tiene chaleco, nadie tiene seguro y te olvidas.

¿Qué les dirías a jóvenes periodistas que desean dedicarse al reporterismo de guerra?
Que no estudien periodismo -ríe-. El periodismo es un oficio que se aprende haciéndolo, que se hagan un máster o que entren a trabajar viendo cómo se escribe un periódico, pero que se especialicen, creo que falta especialización en el periodismo.

¿Estás de acuerdo con Kapucinski que decía que los cínicos y las malas personas no valen para este oficio?
Nunca he sido muy devoto de Kapucinski, prefiero otro tipo de periodistas como Richard Ford o Robert Fisk. Me gustan los periodistas más documentados. Kapuncinski es un gran novelista, un García Márquez del periodismo. Más allá de eso, creo que tener un punto de empatía es importante, porque nuestro trabajo se basa en contar la historia del otro y si no empatizas, no entiendes su sufrimiento, y acabas haciendo un trabajo muy pobre. Aunque hay periodistas muy poco evolucionados espiritualmente y muy poco empáticos, pero también hacen un buen trabajo.

 

Fotos: Raúl Díaz