Reflexiones de Halloween: ¿Por qué nos gusta pasar miedo?

Seguro que ya tienes planes para esta noche pero, ¿sabes por qué disfrutas tanto con el terror? Un psicólogo nos lo aclara.

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La oscuridad, el gore y los sustos provocan disfrute en muchas personas. Y la fiesta de Halloween, cada vez más universalizada, es la prueba. De hecho, una gran industria se nutre del goce que provocan en muchos las historias de terror y los asesinatos. La literatura de terror, las cintas de fantasmas, los documentales true crime, las series sobre asesinos en serie como la reciente ‘Dahmer’ de Netflix o los parques temáticos con terroríficas atracciones atraen a millones de personas. Pero, ¿por qué nos gusta pasar miedo? Sergio García, psicólogo sanitario, nos da las claves para entender qué nos ocurre cuando pasamos un miedo controlado.

Nos mantiene en el presente

Lo primero es tener claro que siempre que hablamos de disfrute y miedo estamos hablando de un terror que, en el fondo, sabemos que es seguro. Es decir: somos conscientes que nada malo puede pasarnos durante la experiencia. Al fin y al cabo, el miedo es un indicativo de nuestra psique, de que hay una amenaza que puede ponernos en peligro. “Es una emoción adaptativa. Si el niño no sabe nadar y no se acerca a la piscina solo por miedo, o no mete los dedos en el enchufe, ese miedo le protege”, comenta el psicólogo.

Sin embargo, aunque nuestro cerebro es consciente del nulo riesgo real que pasamos, nuestra respuesta corporal frente a un estímulo así ha evolucionado poco en miles de años. Por ello, todo nuestro ser es arrastrado por la emoción. “Emiedo embarga todo el aparato psíquico, lo invade. Consigue que nos evadamos de nuestra propia vida y estemos en el aquí y en el ahora adonde nos lleva esta emoción”, señala García. Así consigues activarte y focalizarte en lo que estás viviendo en ese momento, por lo que logras abstraerte de cualquier otro problema y termina siendo liberador.

Una cuestión hormonal

Otra cuestión fisiológica implicada en los momentos de terror tiene que ver con los neurotransmisores y la segregación de adrenalina y dopamina, la hormana del placer. “El cerebro secreta dopamina y adrenalina, que son sustancias relacionadas con la excitación y con la felicidad, o mejor expresado, con el placer. Estas sustancias, unidas a un mayor ritmo cardíaco y una respiración más acelerada también son señales de placer”, explica el experto. Y es que, como apuntábamos, como respuesta al miedo nuestro cuerpo segrega ciertas sustancias que lo aceleran y ponen en alerta. A día de hoy, esto sigue funcionando igual que con nuestros antepasados, pese a que sepamos que no hay ningún peligro real. 

Catarsis y desfogue

Más allá de lo puramente químico, el hecho de pasar miedo o exponernos a situaciones de terror controlado tiene ciertas recompensas psicológicas, y es por ello que nos termina gustando. “Nos identifica con la víctima o con el asesino de tal manera que nos evadimos de nuestra vida. Si me identifico con el asesino, siento poder y control; si me identifico con la víctima, me siento agraviado. Después de este pacto con la ficción, comparo con mi vida cotidiana y me siento bien de no ser eso”, comenta el profesional. Además, es una forma de purgar emociones. “Nos sirve de manera catártica para descargar nuestros miedos y descubrir que estamos bien, que todo fue una pesadilla de la que hemos despertado”, añade. Al final, es un desahogo en nuestra cotidianidad similar a ir al fútbol.

Aprendizaje para un posible riesgo

Tal y como defiende Michael David Rudd, profesor de psicología de la Universidad de Utah, cuando nos enfrentamos a situaciones de peligro donde el riesgo es nulo, como una película o un escape room terrorífico, podemos ponernos en preaviso y aprender para un posible peligro. “Aristóteles ya defiende esto en su ‘Poética’. La identificación y la catarsis son un ensayo donde el disfrute también tiene que ver con que es un pacto con la ficción que está controlado y ceñido a un tiempo reducido. Esto nos puede servir como prueba para un futurible o simplemente para exhortar nuestros miedos más ancestrales y hacerles frente o conocerlos sin necesidad de una experiencia traumática en la realidad”, recuerda García. Y es que, ¿quién no le ha gritado nunca al protagonista de una película lo que debe hacer a sabiendas de que no va a servir de nada?

Vuelta a la infancia

Sí, a muchos, el terror les conecta con su lado más fantasioso. Historias de misterio y suspense que te hacen imaginar mil escenarios y conclusiones posibles, seres irreales venidos de otro mundo o del más allá y una ambigüedad entre la vida y la muerte. Situaciones que, en cierto modo, nos conectan con nuestra infancia, como defiende Sigmund Freud en su ensayo ‘Lo siniestro’. “Todo personaje de terror satisface partes de nuestro desarrollo psíquico y nos puede hablar de nuestro desarrollo en la fase oral, anal o fálica. Esto también de nuestros temores más allá de lo concreto. Por ejemplo, los vampiros tienen que ver con la fase oral y la fantasía de inmortalidad; los zombis con la agresividad hacia los seres queridos que murieron y nos abandonaron y la reflexión sobre la vida y la muerte; y los muñecos animados son los hermanos y la lucha edípica por la atención de los padres”, analiza el psicólogo. Es el placer de volver a creer en situaciones fantasiosas, aunque sea por unos instantes.

Sexo y miedo

Y si algo tienen las cintas de terror, sobre todo las de corte adolescente y género slasher –es decir, un asesino sanguinario persiguiendo a un grupo de jóvenes– son escenas subidas de tono. De hecho, desde siempre el terror se ha asociado bastante al sexo y figuras como la de los vampiros están ligadas al puro deseo carnal. “El ser humano tiene que resolver dos temas en su vida adulta: la muerte y la sexualidad. El terror viene a exhibir estos grandes temas del humano. La parte del cerebro encargada del placer también es la encargada de la agresividad. Por lo tanto, están unidas desde lo fisiológico hasta lo psicológico”, explica García. Eso sí, ya es hora de dejar atrás clichés como el del slut shaming, es decir, que únicamente la joven virgen sea la superviviente.

En este sentido, Helen Fisher, bióloga de la Universidad Rutgers en Estados Unidos, afirma que nos excita lo desconocido, lo diferente. Así, todo nuestros mecanismos hormonales se activan ante la incertidumbre que nos provoca el suspense y el terror. Por eso, no es tan extraño que ver una película de miedo sea un plan habitual entre parejas jóvenes. “En la adolescencia, el gran descubrimiento es la sexualidad, de tal manera que los adolescentes de todos los tiempos han hecho bromas sobre este tema. ‘Scream’ también es metafóricamente un acto sexual, la puñalada en una joven virgen. Esto más civilizado y está socialmente más aceptado que ver porno. Pero el puñal podría ser el símbolo fálico metafóricamente y, por tanto, del éxito. Hay innumerables ejemplos. En ‘Los pájaros’ de Hitchcock también sucede algo parecido y se piensa que los pájaros atacan cuando ella tiene deseos sexuales”, ejemplifica el psicólogo.

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Deshumanización

Eso sí, que el miedo termine suponiendo una catarsis con nuestros instintos más humanos y nos provoque cierto placer no debe hacernos caer en el morbo. Tampoco deberíamos olvidar que lo que estamos presenciando, aunque sea en un entorno controlado y algo falso, es una barbaridad y algo violento. “En parte sí que es preocupante que nos atraiga lo macabro, como los asesinatos. Los medios de comunicación han descubierto que el ser humano es morboso y le están abriendo un tipo de contenidos amarillos que no aportan nada al conocimiento, pero que sí satisfacen cuestiones mezquinas de nuestro yo. Yo no soy el muerto, el muerto es él y así veo y me trago informaciones perniciosas o soy testigo de matanzas constantes en televisión”, critica el psicólogo.

Por ello, no estaría de más empatizar con las víctimas, dar más visibilidad a ellas en lugar de a los asesinos y, aunque disfrutemos con experiencias de terror, tener siempre presiente lo que está bien y lo que no desde un punto de vista moral, además de escoger bien a qué le dedicamos el tiempo. “Hace unos días prohibieron un disfraz de un asesino real, Jeffrey Dahmer, que está de moda en Netflix. Quizás tendríamos que diferenciar entre el monstruo de la ficción y de la realidad, porque estamos dando prestigio a los asesinos más que a los policías o investigadores. Estamos en una sociedad donde no nos ocupamos de los creadores, de los poetas, de las reivindicaciones sociales y sí de los asesinos. Es el mundo al revés. Nos tratan como a consumidores en vez de como a ciudadanos y deberíamos de seleccionar lo que vemos”, recomienda el profesional.