El sur de Estados Unidos sigue albergando los rincones más conservadores del país, lo que se traduce en que en algunos lugares todavía se apliquen controvertidas medidas que en la mayoría de sitios desaparecieron hace décadas. Una de ellas es la Ley Seca, la prohibición de vender bebidas alcohólicas que, a pesar de que fue derogada en 1933, aún se mantiene por determinadas leyes locales. Uno de esos rincones sureños con resquicios del pasado es Lynchburg, un pequeño pueblo de Tennessee –hay otro en Virginia con el mismo nombre– con apenas 600 habitantes donde no se puede vender alcohol destilado, solo cerveza y vino. Un hecho que simplemente sería anecdótico de no ser porque estamos hablando, nada menos, que de la sede de la destilería de uno de los whiskys más famosos del mundo: Jack Daniel’s.
“Se prohíbe la venta, no el consumo. No hay bares ni tiendas de bebidas. Es inusual, pero en una ciudad de 600 personas que recibe 300.000 visitantes de todo el mundo cada año, imaginad la infraestructura que necesitaríamos para proveer de bares a tanta gente. No compensa. El pueblo no podría permitirse la actividad que supondría abastecer a todos los turistas”, asegura Chris Fletcher, la mano derecha del actual Maestro Destilador de la marca, Jeff Arnett, y nieto del que fuera el número cinco, Frank Bobo, que ahora tiene 89 años –sólo ha habido siete en la historia de la marca–. Este joven experto en whisky, que hace unas semanas visitó por primera vez España, es químico de profesión y oriundo de Lynchburg. Como todo joven con aspiraciones, salió de su hogar con la idea de buscar nuevos horizontes, pero la familia y la tradición le trajeron de vuelta nada más acabar sus estudios.
Como él, gran parte de los habitantes de Lynchburg están ligados de una u otra forma a la empresa. De hecho, es el único lugar del mundo en el que se produce este whisky desde que Jasper Newton Daniel, más conocido como ‘Jack’, fundó la compañía en 1866 –cuando sólo tenía 13 años– y presentó al mundo el Old No. 7. De eso han pasado ya más de 150 años, pero en Lynchburg parece que el tiempo va a otro ritmo, mucho más pausado. Y, por supuesto, todo sigue girando en torno al whisky de Jack Daniel’s, cuya receta se mantiene intacta desde entonces. “Uno de los grandes retos es innovar con sentido, manteniendo la receta original y, sobre todo, seguir creciendo, queremos integrar a nuevas personas dentro del equipo. Para aquellos que piensan que el whisky siempre quema y es muy duro, se ha creado el de miel; también tenemos otro con muchas especias, que es perfecto para la coctelería tradicional. Hay que encontrar el equilibro”, explica Fletcher.
Pero la elección de este pequeño punto en el mapa no fue casual. La razón estaba en sus montañas, en concreto en la llamada ‘Cave Spring Hallow’, el mayor recurso natural de Lynchburg que Jack Daniel’s compró en su día por 2.000 dólares –para la época, una auténtica fortuna–. De ella se extraen más de 3.000 litros por minuto de un agua cristalina y fresca que es la base de la receta de este destilado. Cada botella de la marca que se vende en el mundo está hecha con ella. En la entrada de la cueva, encontramos una estatua que homenajea la figura de Jack Daniel’s, el enclave más turístico del pueblo. La tumba del fundador, por su parte, también se encuentra en el cementerio de Lynchburg, ubicado en una de sus colinas. Cuenta con una lápida –bastante modesta para ser quien es– y dos sillas blancas de bronce. Pero, sin duda, el centro neurálgico de la localidad es la sede de la marca.
La empresa organiza diferentes tours por la destilería para conocer de primera mano el proceso de fabricación y algunos de sus secretos. Uno de los más importantes es la calcinación del interior de los barriles que, además, son de fabricación propia, lo cual dota al licor de dos características únicas: el color dorado y un sabor ahumado. Y, para terminar la visita, nada mejor que comer en el restaurante Miss Mary Bobo’s, situado en un bonito edificio blanco del renacimiento. Allí se pueden degustar, por unos 20 euros/persona, platos típicos sureños como la okra frita –una verdura de vaina–, la col o la tarta de crema de whisky.
Porque si algo impera en Lynchburg son las tradiciones arraigadas a los estados del sur. Las tiendas de souvenirs están repletas de camisetas moteras, merchandising de Coca-Cola, sombreros de cowboy, espuelas, alguna que otra bandera confederada –para muchos, aún hoy es un símbolo de racismo– y, cómo no, toda clase de regalos relacionados Jack Daniel’s. Por sus calles, las furgonetas dominan el asfalto, las armas custodian los hogares y el olor a barbacoa abre el apetito. Y, aunque el bar más próximo se encuentra a 20 kilómetros, en la localidad vecina de Shelbyville, cada rincón nos recuerda que estamos en la cuna del whisky americano. Como dice Fletcher, “Lynchburg es una localidad muy pequeña, por lo que no hay muchas cosas que hacer. Pero somos realmente buenos en una de ellas: hacemos el mejor whisky del mundo”.