No es, ni mucho menos, una tecnología nueva. El ahora famoso código QR –siglas de “Quick Response”– nació en 1994 en Denso Wave, una multinacional japonesa dedicada principalmente a la fabricación de componentes para la automoción con sede en Aichi. En concreto fue uno de sus ingenieros, Masahiro Hara, el que tomó la iniciativa para su desarrollo como respuesta a una serie de necesidades que les estaban planteando algunos de sus centros de producción.
Y sí, tiene todo que ver con el código de barras, un sistema que ya en la década de los 80 se usaba en una amplia gama de campos, incluidas las industrias de fabricación, distribución y venta minorista. Sin embargo, en los 90 se empezaba a requerir un control de producción más detallado, algo que se hacía muy difícil con los de entonces, los cuales solo podían almacenar 20 caracteres alfabéticos. Esto implicaba que los trabajadores tuvieran que escanear hasta 100 códigos de barras al día, lo que hacía que su labor fuera menos eficiente.
Que empiece el juego
En definitiva, lo que se necesitaba era que los códigos tuvieran mayor capacidad, que se leyeran más rápido y que pudiera imprimirse en áreas más reducidas. Primero, Hara intentó responder a la demanda mejorando los lectores, pero al final decidió crear algo nuevo inspirado por otra de sus pasiones: los juegos de mesa. En concreto fue uno llamado Igo, una versión del ajedrez muy popular en Asia, el que le dio la idea. Un día, al disponer las piezas en blanco y negro sobre la cuadrícula del tablero, se dio cuenta de que era un modo muy fácil de transmitir información.
A raíz de esta revelación, su equipo empezó a desarrollar un nuevo sistema de código en 2D. El problema era que para los escáneres era más difícil reconocer la ubicación de estos que la de un código de barras. Había que seguir dándole al coco. Un día, a Hara se le ocurrió agregar al código información que indicara su ubicación, lo que podría solucionar el problema.
Basado en esta idea, se creó un patrón de detección de posición, ubicado en tres esquinas de cada código. Pero esto trajo nuevos desafíos, ya que cuando una figura de forma similar a la del patrón estaba cerca del código, este no podía reconocerse con precisión. ¿La solución? Darle una forma única. Los miembros del equipo estudiaron día y noche la proporción de áreas blancas y negras en toda clase de imágenes y caracteres impresos en folletos, revistas, cajas de cartón y otros documentos, hasta que identificaron la proporción que menos aparecía: 1: 1: 3: 1: 1.
De esta manera, los escáneres ya podían detectar el código independientemente del ángulo. Así nació el sistema conocido como QR, capaz de almacenar aproximadamente 7000 cifras con la capacidad adicional de codificar caracteres Kanji del idioma japonés. Además, este código podía leerse a más de 10 veces la velocidad de otros códigos y era muy resistente a la suciedad y los daños.
Una simple anécdota
Aunque todo apuntaba a que este nuevo sistema supondrían toda una revolución, la idea no terminaban de cuajar en la sociedad. La compañía optó por liberar la patente para que otras empresas pudieran explotar y seguir desarrollando esta tecnología. Esto significado que ni Denso ni Masahiro verían un euro cada vez que se utilizara su invento. El código QR se utilizó por primera vez fuera de las fábricas en el catálogo de un fabricante de artículos de papelería, pero los consumidores no lo vieron hasta que empezó a salir en los paquetes de lentillas. Al principio de los 2000, cuando ya fue aprobado por la ISO, se usó mucho en las carreras de caballos para identificar rápidamente los boletos ganadores, y luego llegaron a las taquillas de los museos o las atracciones turística.
Con la popularización de los teléfonos inteligentes las aplicaciones cotidianas de los códigos QR se dispararon –como sistema de pago, en folletos, tickets, accesos a sitios web, tarjetas de embarque…– pero seguían sin despegar. Los motivos eran varios, desde que necesitaras una aplicación especial para escanear algunos hasta su propia estética –ahora los smartphones ya llevan incorporado un lector de QR en la propia cámara, que no era la más atractiva del mundo.
Pero entonces llegó la pandemia. La sociedad tuvo adaptarse de un día para otro al trabajo en remoto, así que a las empresas no les quedó otra que buscar soluciones que les permitieran mantenerse seguros y operativos. Y una de ellas era la tecnología sin contacto. Los códigos QR se convirtieron en un improvisado aliado para minimizar contagios y fortalecer la distancia social, por ejemplo, sustituyendo a los menús tradicionales de los restaurantes, ayudando a gestionar las citas médicas o como acceso a todo tipo de eventos.
Pero, sin duda, su momento culmen ha llegado con el certificado Covid, conocido coloquialmente como “pasaporte Covid”, un sistema con el que poder identificar quiénes han pasado la enfermedad o se han vacunado. También Whatsapp permite ya añadir contactos sin que tengas que dictar tu número de teléfono, simplemente escaneando el código que aparece en la app. Incluso hay empresas funerarias que están ofreciendo este servicio para que podamos recordar la vida del fallecido con imágenes y vídeos. Un inesperado resurgir que también ha captado la atención de los timadores, pero esa ya es otra historia. La del QR, como has podido comprobar, ha tenido un final feliz.