“Soy el hijo de puta más duro que jamás han conocido”. Esa fue la respuesta de Ted Bundy cuando en el corredor de la muerte le preguntaron dónde había dejado el cuerpo de Kimberly Leach, la niña de 12 años a la que había violado y asesinado. Todo en él era frialdad y la simpatía solo la fingía como cebo para atraer a las muchachas que torturaba. Nada hacía pensar que bajo su mirada azulada y su sonrisa seductora se escondía un depredador sexual que solo se satisfacía abusando de sus víctimas. Theodore Robert Bundy (Vermont, 1946 – Florida, 1989) asesinó a 36 mujeres, aunque se cree que fueron más de 100, entre 1974 y 1975. Las secuestraba, violaba y asfixiaba o las mataba a golpes. Un año de crímenes que lo convirtieron en una terrorífica leyenda que aún fascina a cineastas y escritores. Se han realizado varias películas sobre él y se está preparando una nueva producción en la que Zac Efron encarnará al carismático asesino.
Sus crímenes mantuvieron en jaque al FBI y la sociedad estadounidense a mediados de la década de los 70, pero los delitos habían comenzado tiempo antes cuando se emborrachaba y asaltaba casas para atracarlas. El 4 de enero de 1974, durante uno de estos hurtos, golpeó a la adolescente Joni Lenz y la violó con la pata de una cama dejándola viva pero con graves daños cerebrales. En ese momento, Bundy contaba con 27 años y unas semanas después secuestró a Lynda Ann Healy de 21 años. Nadie conectó los dos sucesos y los restos de la joven fueron hallados un año más tarde en una zona montañosa de Washington.
Muchos lo definieron como un hombre tranquilo, inteligente, educado y atractivo que había estudiado en la Universidad de Washington y de Utah. Pero tras su apacible fachada se alzaba una mente calculadora que ya había mostrado ciertas inclinaciones hacia el crimen desde su infancia. Bundy fue criado por sus abuelos maternos, ya que su madre era soltera y se cree que su padre fue un veterano de la fuerza aérea que los abandonó. Creció creyendo que sus abuelos eran sus padres y su madre, su hermana mayor. Años después contaría cómo su abuelo, un hombre tirano y sádico, apaleaba a pequeños roedores y gatos y el temprano interés que tuvo en la pornografía y las situaciones de sometimiento. Su tía recordó tras su detención que en una ocasión despertó de una siesta rodeada de cuchillos y vio al pequeño Ted de tres años sonriendo a los pies de la cama. Su madre abandonó la casa de sus padres y se trasladó a Tacoma (Washington) con unos primos. Allí se casó con Johnnie Culpepper Bundy con quien tuvo cuatro hijos y de quien Ted adoptó el apellido.
Era un alumno aplicado y los profesores lo consideraban un muchacho brillante. Se graduó en Psicología en la Universidad de Washington y de Puget Sound y más tarde estudió Derecho en la Universidad de Utah. Durante su juventud en la Universidad de Washington se enamoró de la estudiante Stephanie Brooks, una muchacha de familia adinerada que terminó dejándole aduciendo que Bundy no tenía objetivos en la vida. Los biógrafos consideran que este fue uno de los detonantes del instinto criminal y que la joven fue una obsesión para Bundy de por vida. De hecho, volvió a tener un romance de unos meses con ella años más tarde cuando Bundy salía con una madre divorciada, Elizabeth Kloepfer.
Voracidad homicida
Ted Bundy era consciente de la imagen que proyectaba y se aprovechaba de su buena apariencia y atractivo. Siempre solía utilizar la misma táctica para atraer a las jóvenes a las que echaba el ojo: fingía tener una avería en el coche o ir escayolado y con muletas y pedía ayuda para subir algunas bolsas o libros al vehículo. Cuando las mujeres se prestaban a echarle una mano, las golpeaba con una tubería y las introducía esposadas en el maletero o la parte de atrás. Tras violarlas, a veces con objetos que encontraba, las estrangulaba hasta la asfixia para después mutilarlas. En algunos casos, volvía al escenario del crimen para recrearse con los cadáveres o se los llevaba a su casa para dormir con ellos y practicar la necrofilia.
Al principio, Ted Bundy era muy escurridizo para las autoridades y aunque se hicieron varios retratos robots y se habló de un hombre en cabestrillo que secuestraba a jóvenes, nadie podía acotar el cerco entorno al violador. Cambiaba su apariencia física y viajaba por diferentes estados de los Estados Unidos para que la investigación no pudiera establecer patrones o vincular los asesinatos. Pero cada vez su modus operandi fue siendo más impulsivo y errático. Dejaba muestras de sudor o sangre en las escenas del crimen y asaltaba a las jóvenes a plena luz del día. En octubre de 1974 llegó, incluso, a violar y matar a Melissa Smith, la hija del sheriff local de Utah.
Algunas de sus víctimas sobrevivieron y fueron claves en la detención del asesino y en su condena a muerte. El primer resbalón de Bundy en sus fechorías fue Carol DaRonch. En noviembre de 1974 en Utah, Bundy intentó secuestrar a la joven haciéndose pasar por un policía. Tras decirle que le habían robado el coche y que le acompañara a comisaría, el asesino intentó esposarla para raptarla. Pero la joven consiguió escapar y facilitar un retrato del agresor y su Volkswagen a la policía. Rhonda Stapley fue otra de las mujeres que sobrevivió a un encuentro con él. La secuestró y la estranguló varias veces para hacerle perder el sentido. Después la reanimaba y volvía a ahogarla. Tras un rato así, la violó y volvió a asfixiarla. Se marchó pensando que estaba muerta, pero Stapley volvió en sí y pudo ir a una comisaría a denunciar lo ocurrido.
Arresto y silla eléctrica
A Ted Bundy lo detuvieron en agosto de 1975, pero pudieron haberlo capturado mucho antes. Con el testimonio de algunas de las supervivientes se realizó un retrato robot del asesino y la amiga de la novia de Bundy lo reconoció como el violador de universitarias. Elizabeth Kloepfer también llamó de manera anónima a la policía sugiriendo que su pareja podía estar involucrado con las muertes. Pero los testigos fallaron al hacer la identificación y se desechó la hipótesis de que Bundy podía ser el asesino hasta que en el verano de 1975 un agente le dio el alto para comprobar su matrícula y en el vehículo encontró una palanca, esposas, cinta adhesiva y demás objetos que le hicieron pensar que estaba ante el hombre que buscaban.
Pero sus fechorías no se detuvieron cuando estuvo entre rejas. Despidió a sus abogados y decidió defenderse él mismo, algo que aprovechó para escaparse en dos ocasiones y estuvo varios días en busca y captura. En la última de sus fugas se trasladó a Chicago y Florida para continuar con sus asesinatos. Irrumpió en la fraternidad Chi Omega y asesinó a dos universitarias y dejó gravemente heridas a otras dos. Cerca de allí atacó a Cheryl Thomas, que sobrevivió a una brutal paliza que le fracturó el cráneo. Su última violación antes de ser detenido fue a Kimberly Leach, una niña de 12 años a la que asesinó en Lake City.
Jamás se arrepintió de sus actos y se mofó continuamente de las víctimas y de sus familiares. Además, chantajeó a la policía para poder atrasar su ejecución. Decía haber cometido más asesinatos y prometía ir contando poco a poco donde estaban cada uno de los cadáveres que faltaban por encontrar. Hasta llegó a proponer a las autoridades su ayuda para detener a otros asesinos en serie. Finalmente, lo ejecutaron en la silla eléctrica el 24 de enero de 1989. Ahora, Netflix retoma esta historia con entrevistas inéditas del propio Bundy que ahondarán un poco más en la mente de este asesino.