43 años después de su muerte, Elvis Presley sigue haciendo mucho ruido y mucho dinero. Un personaje de culto por su música –ha vendido más de 1.000 millones de discos en todo el mundo–,y por su extravagante vida personal que sigue manteniendo intacto su poder de influencia y su impacto en la cultura popular. No en vano, el autor de Love me Tender fue durante muchos años el artista muerto que más dinero ganaba, ahora superado por celebridades como Michael Jackson o el escritor Dr. Seuss. Seguro que su familia sabía que su legado sería eterno y, sobre todo, millonario, por lo que tuvieron claro desde un principio que, muerto el rey, no se había acabado el negocio.
De ahí que el que fuera su hogar desde los 22 años hasta el día de su muerte, siempre haya tenido sus puertas abiertas al público. Graceland, la mansión ubicada a 14 kilómetros de la ciudad de Memphis (Tennessee) que fue testigo del auge y caída de Elvis, lleva recibiendo a fanáticos y curiosos desde 1982. De hecho, es el edificio más visitado de todo Estados Unidos después de La Casa Blanca y fue declarado Monumento Histórico Nacional en 2006. Cada año aglutina a más de 600.000 visitantes, aunque este año debido a la Pandemia han sido muchos menos, por lo que han tenido que tirar de experiencias interactivas.
Pero vayamos al principio porque Graceland tiene mucho historia, incluso antes de que Elvis la comprara. Esta casa de estilo colonial inspirada en el Hollywood clásico era en su origen parte de una granja de más de 200 hectáreas propiedad de la familia del empresario S.E. Toof, que la llamó Graceland por su hija Grace. Después de que la heredera de Toof muriera, su sobrina Ruth Moore y su marido, el Doctor Thomas, la adquirieron en 1936 y construyeron en sus inmediaciones la mansión propiamente dicha. Y así llegamos hasta el cantante de Memphis, quien se hizo con ella en 1957 por poco más de 100.000 dólares como regalo a sus padres, aunque en realidad se convertiría en su residencia habitual. El artista amplió la planta original de 1.000 metros cuadrados a 1.600 y empezó a dar forma a lo que sería su paraíso terrenal.
Un “rancho” de lujo de ocho habitaciones, ocho cuartos de año y habitaciones temáticas al que se mudó cuando ya se erigía como un gran fenómeno de masas. Poco después conoció a Priscilla –cuando ella solo tenía 14 años–, con quien contrajo matrimonio en 1967 en una boda de 8 minutos en Las Vegas con conferencia de prensa incluida. Graceland fue testigo de cómo Elvis formaba una familia –en apariencia– ideal, el espejo en el que los estadounidenses de clase media querían verse reflejados. Allí nació también su única hija, Lisa Marie Presley, pero el cuento de hadas de la pareja más envidiaba del mundo tampoco duraría mucho.
Elvis y Priscilla se separaron el 1973, pero él no tenía pensado moverse de Graceland. El ascenso de su carrera artística había ido en paralelo al de su adicción al alcohol y a los fármacos de todo tipo, lo cual le empezaba a pasarle factura. El cantante ganó mucho peso, empezó a cancelar giras y daba conciertos de pocos minutos. Excesos que acabarían con su vida en 1977, oficialmente a causa de un ataque al corazón que más tarde se traduciría en sobredosis. La triste noticia conmovió al mundo entero y su familia, además de sufrir su pérdida, tuvo que ponerse manos a la obra con la gestión de su importante herencia, la cual su hija se encargaría de dilapidar, pero esa es otra historia.
En concreto, Graceland resultaba un problema financiero para los albaceas del testamento por su alta carga impositiva. Valorada en 350.000 dólares tras la muerte de Elvis, su ex mujer decidió que sería más rentable convertirla en un museo. Y es que la casa tenía mucho de dónde rascar. El cantante había proyectado en ella todos sus anhelos y rarezas, haciendo de lo kitsch un estilo de vida. Desde entonces, los turistas tienen acceso directo a la intimidad del cantante y pueden recorrer casi todos los rincones de la mansión, los establos y los jardines.
El tour empieza por la sala de estar, coronada por un sofá blanco de 4,6 metros que da paso a la sala de la música. Luego viene el comedor, las escaleras y el dormitorio de la madre de Elvis. A continuación se pasa por la cocina, que no fue abierta hasta 1993, hasta llegar a la planta baja, donde se halla la sala de los televisores y la sala de billar, que está revestida con telas ondulantes para crean movimiento. Todo ello rematado con muchas moquetas, porcelana china, vidrieras de colores y espejos por doquier. Aunque, sin duda, una de las estancias más peculiares de toda la casa es la exótica Jungle Room, una habitación de estilo polinesio con alfombras verdes y madera tallada que a Elvis le recordaba a Hawái. El único lugar cerrado es la estancia privada en la que Elvis fue hallado muerto.
Ya fuera de la casa, el visitante también puede acceder a otras partes de la propiedad como la oficina comercial de Vernon Presley, su padre, quien supervisó todos los detalles de las finanzas personales de Elvis. Y justo fuera se encuentra el columpio que el Rey del Rock compró para que su hija jugara. La siguiente parada es el edificio de los trofeos, que alberga los trajes de boda de Elvis y Priscilla, su colección de placas de Policía o los juguetes de la infancia de Lisa Marie. Otro lugar curioso es la cancha de Ráquetbol, deporte parecido al squash muy popular en el Memphis de los 70, pero sobre todo es interesante verlo porque en su antesala está el piano en el que el astro tocó sus últimas canciones. Y, por último, hay que pasear por el Meditation Garden, lugar en el que descansan los resto de Elvis y su familia.
Además de todo esto, la experiencia se puede completar subiendo a bordo del Convair 880 que el cantante compró en 1975 y al que bautizó con el nombre de su hija. Elvis se gastó más de 800.000 dólares en remodelar y personalizar este avión que cuenta con una sala de estar, otra conferencias y un dormitorio privado, además de tener cinturones de seguridad chapados en oro, entre otras extravagancias. Así se las gastaba el Rey del Rock. Invitados estáis.