En la pequeña población mexicana de Francisco Uh May, ubicada entre las ruinas de Tulum, se alza uno de los complejos modernos más extraños que existen. Por su concepto y por su forma. El Azulik Uh May se define como un centro holístico cuyo principal objetivo es la integración del conocimiento ancestral, la innovación tecnológica, la sostenibilidad y la espiritualidad. Por el momento, está formado por dos museos, el primero inaugurado hace un año con el nombre de Sfer Ik Museion y el segundo, aún en construcción, que tendrá una altura de 25 metros y en el que los visitantes estarán “colgados como arañas”. Sin embargo, aquí nada está definido. Su filosofía es no cortar los árboles, no modificar la superficie del suelo y no resolver problemas como hace la arquitectura tradicional, sino edificar según las necesidades del momento y la inspiración que dé el entorno.
Aunque el proyecto se inició hace un año, la idea empezó a fraguarse hace más de una década en la localidad costera de Tulum. A esta zona de la península de Yucatán llegó el empresario y filántropo Roth —nombre artístico de Eduardo Neira— para adquirir una porción de playa y construir palapas que acabarían formando el complejo turístico Azulik Tulum. Este resort está inspirado en las construcciones mayas e incluye tres restaurantes, un servicio de wellness y una tienda de moda. Pero el Azulik Uh May busca ser un punto de encuentro para libres pensadores y creadores. Por eso se están haciendo residencias de artistas, talleres de creatividad y hasta una escuela para los niños de las comunidades locales.
La arquitectura del espacio, inspirada en las plantas de la región, también es utópica: el cemento pulido, la madera y el bejuco —una liana selvática nativa— se entremezclan para crear estructuras caprichosas por donde se cuelan la luz y los árboles; las habitaciones se conectan a través de puentes flotantes, los toboganes sustituyen a las escaleras y en lugar de puertas hay huecos. Tampoco se hacen planos para construir, ya que todo cambia continuamente. Los visitantes deben descalzarse parar entrar en consonancia con los patrones de energía que tienen las formas naturales del suelo. Se trata de reaccionar con armonía a lo que ocurre alrededor.
De hecho, el complejo es casi una forma de vida en sí y el propio Roth se ha construido una residencia en el interior donde viven 200 árboles. El argentino no ha estudiado arquitectura, pero dirige a un equipo de una decena de arquitectos que plasman sus ideas. El centro también cuenta con unas 10 casas y un restaurante que flota sobre la selva con espejos de agua elevados. Además, pretende incluir instalaciones médicas que combinen la medicina occidental con las prácticas sanativas mayas. Roth tiene claro que son una tribu que crece orgánicamente dentro de la misma selva y, por ello, se debe respetar a los que llegaron antes. Es más, su propia casa asume que acabará transformándose en otra cosa y que, en 50 o 100 años, todo volverá a ser selva. Así que, carpe diem.
**Una historia de Eduardo Neira contada por Héctor Anaya