Todo salió de la loca cabeza de Daniela Blume en noviembre de 2012. No la conocía personalmente, solo de la tele, pero contactamos por redes sociales. Si no recuerdo mal, en ese momento lo que había era MySpace; Instagram no había llegado a nuestras vidas. Me propuso hacer una sesión en Barcelona y me dijo que iban a venir dos amigas suyas blogueras —por aquel entonces todavía no se había inventado el término influencer—. Yo le dije que sí y ella se encargó de organizarlo todo, incluso de gestionar la localización: una suite en el hotel Axel de Barcelona. El día de antes solo quedamos para tomar un café y hablar en general del shooting, aunque el concepto básico era muy sencillo: pasarlo bien.
El día de la sesión, cuando llegué al hotel, me encontré con Dulceida, a la que tampoco conocía, y con otra modelo. Cada una se había traído una maleta gigantesca llena de ropa con multitud de cosas que le gustaban. Parecía que se iban de viaje cuatro meses. Al principio, fue un poco caótico porque hasta que organizamos todos los cambios de estilismo pasó un buen rato. Pero una vez que empezaron, no había manera de pararlas. Fue de locos. Como íbamos viendo las fotos y ellas se gustaban, cada vez querían más y más. Me cogían del brazo y me llevaban de un lado para otro. Era como: “¡Dios mío, no puedo hacer más fotos, dejadme un segundo en paz!”. Estaba saliendo todo tan bien que nos metimos en una vorágine de fotos que parecía no tener fin.
Cuando nos quisimos dar cuenta, llevábamos cinco horas haciendo fotos sin parar. ¡Cinco horas! Pero fue precisamente al final cuando disparé la famosa foto en la bañera. La llenamos de espuma y empecé a tirar. Surgió de manera totalmente improvisada. Si tuviera que darle un título sería ‘Desparrame en la bañera’. Las tres estaban en pelotas —solo Daniela llevaba unos taconazos con la bandera de Estados Unidos—. No sé si eran muy amigas, pero, por cómo interactuaban entre ellas y el escaso pudor que mostraban ante el hecho de estar desnudas, parecían íntimas. Se lo estaban pasando pipa, que era de lo que se trataba, y les daba todo igual.
Después de esa sesión, con Daniela se fraguó una amistad. Le he hecho fotos unas cinco o seis veces más. Ella me llamaba para decirme cosas que se le habían ocurrido y, como a mí me gusta mucho liarme y no sé decir que no, hemos acabado haciendo muchas cosas juntos. A Dulceida también la he fotografiado un par de veces más, una de ellas en Londres. Esa primera vez me trasmitió muy buen rollo. De hecho, me llamó la atención su minuciosidad a la hora de escoger los looks. Se notaba que no daba puntada sin hilo. No era ni la mitad de conocida que ahora, pero ya apuntaba maneras.
Al terminar, nos fuimos los cuatro a comer. Estábamos exhaustos. Es lo que suele ocurrir cuando se genera tan buen ambiente. Lo siguiente que hice fue montar un Dropbox con todas las fotografías para que pudieran escogerlas. Tiempo después, alguna de las tres, por algún motivo que desconozco o tal vez por error, borró todas las fotos que tenía retocadas en la plataforma. Por suerte he recuperado los brutos, pero lo cierto es que nunca supe quién decidió eliminarlas. Igual si leen esto, me lo acaban confesando.