¿A quién no le han dicho alguna vez de pequeño eso de “no te tragues el chicle que se te va a quedar pegado a las tripas”? Pero lo cierto es que, si eso pasa, nuestro cuerpo hará la digestión necesaria hasta expulsarlo. Lo que sí es verdad es que mascar chicle sin azúcar limpia los dientes y encías, al aumentar la salivación, disminuye el estrés y ayuda a respirar mejor. Aunque también es cierto que esta práctica puede hacer sufrir a nuestra mandíbula y dientes, así como provocarnos dolor de cabeza. Sea como sea, hoy es el Día Mundial del Chicle y merece un homenaje. Y es que, además, se trata de una de las chucherías más más antiguas, ya que se han encontrado chicles con 14.000 años de antigüedad. Pero vayamos por partes.
La goma de mascar comenzó a desarrollarse en la segunda mitad del siglo XIX. Todo empezó en Estados Unidos, donde los nativos americanos mascaban desde hacía siglos resina de abeto para fortalecer las encías y esta práctica pronto la adaptaron los colonos. Fue John B. Curtis, un empresario de Maine, quien creó en 1848 la primera goma de mascar a partir de la resina de abeto que mascaban los leñadores de la zona. Por su parte, en 1860 el farmacéutico John Colgan añadió azúcar para crear el primer chicle con sabor dulce. Sin embargo, ninguno de ellos se llevó el mérito, ya que la patente corrió a cargo de William Semple en 1869.
Chicles en masa
El chicle tal y como lo conocemos llegó en 1971 de la mano del científico e inventor Thomas Adams, quien patentó una máquina para producirlos en masa y crear el de sabor regaliz primero y, después, la variedad tutti fruti. Todo fue fruto de la casualidad ya que, unos años antes, el expresidente de México y conocido de Adams, Antonio López de Santa Anna, llevó un cargamento de resina del árbol del zapote a Nueva York para que este lo usara para crear llantas. Sin embargo, el material era muy blando y no funcionaba en automoción. Pero inspirado por la goma de parafina para mascar que se vendía en farmacias, Adams decidió comercializar el chicle de sabor.
Así, esta goma masticable empezó a distribuirse y popularizarse y en 1899 Adams lanzó Chiclets, una de las primeras marcas de chicles que aún hoy se comercializa. A comienzos del siglo XX ya eran bastante populares en todo el territorio estadounidense y comenzaban a expandirse por América. A Europa llegarían durante la II Guerra Mundial, ya que los soldados estadounidenses recibían un racionamiento de chicle, para reducir la ansiedad y el estrés, que muchas veces intercambiaban o vendían a los europeos.
En 1960 ya eran una chuchería muy popular en todo Occidente y, con el cambio de las normas de calidad, comenzaron a fabricarse las primeras gomas de mascar sintéticas, las cuales cambiaron el caucho por caucho sintético a base de butadieno. Además, es en esta década cuando comienzan también a distribuirse los chicles sin azúcar de la mano de la conocida Trident. Los chicles Beeman’s, por ejemplo, contenían peptina para mejorar la digestión y los Dentyne fueron creados para fortalecer los dientes.
Chuchería milenaria
Sin embargo, la costumbre de tomar gomas masticables ya era muy habitual en las civilizaciones antiguas. En Grecia mascaban una resina proveniente del arbusto lentisco con la que, decían, mejoraba el razonamiento; mientras que en Egipto hacían lo propio con raíces y la resina de la Acacia, conocida como goma arábiga, que también pensaban que favorecía la relajación y el pensamiento. Algo que tiene su lógica, ya que el continuo movimiento de la mandíbula al mascar favorece la irrigación en la zona y la oxigenación de toda la cabeza.
Al otro lado del océano Atlántico, los mayas también tenían su propia goma de mascar, de hecho, por su textura era más próxima a la que tenemos hoy en día. Esta cultura precolombinas extraía la savia del árbol de chicozapote y la cocían a fuego lento hasta obtener una masa seca que llamaban tzictli. De hecho, la palabra española chicle viene del vocablo maya sicté ya’, que significa “masticar con la boca”. Sin embargo, el chicle más antiguo con más de 14.000 años se encontró en Chile y estaba formado por boldo y distintas especies de animales. Así que sí, eso de mascar ya viene de lejos.
La nueva generación
En la actualidad, a nivel mundial cada año se consumen 560.000 toneladas de este producto. Los hay de todas las clases y sabores, algunos incluso enfocados a sectores muy concretos. Es el caso de Respawn, un chicle que asegura tener los ingredientes necesarios para ayudar a mantener el enfoque mental y mejorar los tiempos de respuesta de los gamers: vitamina B y extractos de té. Creado por la compañía de fabricación de hardware para videojuegos, el producto está disponible en tres sabores duraderos y vigorizantes –menta fresca, sandía y pomelo y tropical punch– y no tiene azúcar.
Y justo hace unos días saltaba la noticia de que un grupo de científicos españoles había ha desarrollado un chicle que, según sus creadores”, funciona como un “hidrogel bucal” que desarma las defensas del virus. Su nombre es Chewing Mask y contiene tres ácidos de origen natural que, al mezclase con la saliva, rebajan el pH de la boca y destruyen los lípidos que envuelven a los virus. ¿La pega? Que su efectividad dura solo unos cinco minutos, es decir, mientras se está mezclando con la saliva, pero no protege de exposiciones posteriores. Tiempo al tiempo.
Algunos datos que ir mascando
El estadounidense Chad Fell tiene un récord Guinnes por alcanzar un diámetro de 50,8cm con una pompa de chicle.
Un trozo de goma de mascar tarda 5 años en degradarse. Así que ya sabes, cuando te canses, a la papelera.
En San Luis Obispo (California) existe un callejón conocido como Higuera Street, lugar que acumula chicles pegados en sus paredes desde la década de los 60. A día de hoy, es un punto turístico indispensable.
En Singapur, desde 1992, está prohibido mascar chicle así como su importación. De hecho, es un acto que se castiga con la prisión.