¿Eres de los que sigue imprimiendo las fotos en papel?
Intento tener recuerdos constantes en el mundo digital. Tengo mi disco duro y lo que hago es pasar todas las fotos del móvil. Pero luego, cada vez que me voy de viaje, me llevo una cámara instantánea. Podríamos decir que para eso soy bastante clásico. Intento mantener un poco la tradición de lo que un día fue.
¿Llevas fotos en la cartera?
Tengo ese tipo de cartera para tarjetas y ahí sí llevo una Polaroid. Me da mucha nostalgia. Me gustaba eso de tener la foto en papel, tus marcos… Se está perdiendo y es una pena.
¿Qué cosas del pasado te dan más nostalgia?
Por ejemplo, cuando te llamaban al teléfono fijo de casa. Ahora todo es por WhatsApp, enseguida te tienen localizado, te saltan los tiks azules… Antes te llamaban al fijo, nadie contestaba y no pasaba nada. O ibas a casa de un amigo, le “picabas” al timbre, no estaba y tampoco pasaba nada. Las nuevas generaciones son mucho más sofisticadas. He vivido aquello de hacer una “perdida” al móvil porque no querías quedarte sin saldo —ríe—.
¿Vives más tranquilo ahora que ya no eres un ídolo adolescente?
Me he sentido a gusto con mi profesión y que la gente te conozca es de agradecer. Por suerte, he seguido trabajando y cada vez me conocen más. Lo que sí he notado es que antes tenía un público únicamente adolescente y ahora son adolescentes, veinteañeros, treintañeros, gente mayor… Muchos jóvenes están volviendo a ver ‘A tres metros sobre el cielo’ en plataformas digitales, pero luego en películas como ‘El fotógrafo de Mauthausen’ el público es bastante más adulto.
“Me apetece tirarme a la piscina, ya sea para bien, si al final sale bien, o para mal, si metes la pata”
Tu hermano Óscar está en ese punto. ¿Qué consejos le das?
Para dar consejos soy fatal, prefiero que me los den. Si él me pide ayuda en un tema laboral se la doy, pero en lo que es vital tiene que vivir su vida. Además, es un chaval muy sano, muy noble y con mucho carisma. Eso no hay que tocarlo.
¿Te obsesiona encontrar personajes interesantes?
Sí, es lo que más me preocupa. Ahí está el cambio y el riesgo del actor. En el personaje que he hecho para la serie ‘El practicante’, de Netflix, tocamos un tipo de narcisismo extremo y psicópata. Me voy haciendo más mayor e intento buscar personajes más adultos y distintos. Me apetece tirarme a la piscina, ya sea para bien, si al final sale bien, o para mal, si metes la pata. Creo que arriesgarme me va a convertir en mejor intérprete, que es lo que veo en las carretas de los actores que a mí me gustan. Me gusta ser inestable, en lo profesional —bromea—.
Puede que uno de los más interesantes haya sido Juan, tu personaje en la película ‘Adiós’.
Sí, partiendo de que me llamó directamente Paco Cabezas, con quien tengo un vínculo muy especial, más allá de lo profesional. Le dije que tenía que ser con acento, ahí está lo del riesgo. Habrá gente que no lo compre, también porque todo el mundo reconoce mi voz y mi tono. Muchas veces me piden una foto y me dicen: “¡Ostras, me he girado y te he conocido por la voz!”. Puedo entender que para parte del público sea complicado verme con un acento andaluz.
Además, tienes entre manos dos grandes proyectos con Netflix: ‘El inocente’ y, como decías, ‘El practicante’.
Me parece que están apostando por hacer cosas muy diferentes y, en este caso, a mí me han ofrecido proyectos completamente distintos. Todavía no había hecho series con ellos y tenía muchas ganas. Para ‘El inocente’ están formando un gran equipo, el elenco aún lo están cerrando pero, por lo que me están contando, es espectacular. Ojalá funcione. Además, es una serie cerrada de ocho capítulos, no habrá más temporadas. Y esto, para mí, era importante.
“Mi madre me decía: ‘Te estás volviendo loco, Mario, te atrapan los personajes. Tienes que parar’”
Stop
¿Rechazas más proyectos de los que aceptas?
¡No creas, eh! —ríe—. Es menos de lo que parece. Es cierto que desde hace un año, entrando todo el tema de las plataformas, hay mucho más trabajo. Siempre estoy trabajando y la sensación puede ser esa. Sí me llegan proyectos, pero a muchos de ellos tienes que decir que no por una cuestión de tiempo. Lo que no voy a hacer es no poder ensayar ni un mes. Hay una cosa de timing que es compleja.
Después de 15 años sin parar, ¿no te has planteado bajar el ritmo para, por ejemplo, formar una familia?
Esta conversación la tuve hace dos días con mi madre. Para el personaje de ‘El practicante’ tuve que volver a bajar bastante de peso y, psicológicamente, me está afectando. La manera de ser del tipo es bastante compleja, estoy trabajando con psiquiatras, salgo a correr todos los días porque lo necesito… Vengo de hacer personajes muy intensos. Además, desde hace un año y medio, trabajo con un coaching que está conmigo en rodajes. Mi madre me decía: “Te estás volviendo loco, Mario, te atrapan los personajes. Tienes que parar”. La respuesta es, completamente, sí. ¿Qué pasa? Pues que después te llegan caramelos. Pero para el verano que viene voy a tener que frenar por salud física y mental.
“Meterte en búsquedas y poner tu nombre es un suicidio”
A nivel económico, ¿te lo podrías permitir?
Llevo trabajando y ahorrando muchos años. Ya no es que me lo pueda permitir, lo que me planteo en ese sentido es que, si algún día se acaba esto, por lo menos llevo años ahorrando. Intento ser una hormiguita, en todos los sentidos.
Hay un tuit sobre ti que dice: “Mario Casas no tendrá un Goya, ¿pero sabéis lo que tiene? Trabajo”.
Muchas veces, en los Goya, han salido actrices y actores muy grandes y han dicho que ellos lo que querían era más trabajo: “Gracias por esto, pero aprovecho para pedir que me llaméis, que llevo un año sin trabajar”. Ése es mi Goya. Lo que premio es que la gente me sigue. Tengo 33 años y hay personas que han crecido conmigo.
Cuando ponen una serie o una película tuya en la tele, ¿te metes en Twitter para leer lo que opinan de ti?
¡No! Si entras, después te tienes que meter en la cama con una manta y que te inyecten morfina —ríe—. Si te digo la verdad, Twitter lo tengo porque sigo a gente que me interesa, intento estar un poco al tanto de todo; pero meterte en búsquedas y poner tu nombre es un suicidio. Tampoco en Instagram. Subo las fotos y ya está, soy poco de meterme a contestar. Creo que no me hace falta, ni porque te digan cosas buenas ni porque te digan cosas malas. Es un mundo que a mí no me ayuda. Creo que si no fuese conocido no tendría redes sociales, no veo que sean un reflejo de la realidad.
**Artículo originalmente publicado en el número 53 de Vis-à-Vis. Compra tu ejemplar en quioscos o descarga la edición digital interactiva para iOS o Android.