Ni tuvo un hogar disfuncional, ni sufrió abusos, ni tampoco pasó penurias económicas. No, la infancia de Carlos Eduardo Robledo Puch (Argentina, 1952) fue como la de cualquier otro niño. Se crió un hogar de clase media y con unos padres bondadosos que cubrieron todas sus necesidades. Sin embargo, su adolescencia estuvo plagada de robos, secuestros, asesinatos y violaciones que le llevaron a un encierro de por vida con tan solo 20 años. Bajo su seráfica imagen, enmarcada en unos rizos dorados, –lo cual le otorgó el apodo del ‘Ángel de la muerte’ o ‘Ángel negro’– se escondía un ser frío que no dudaba en apretar el gatillo en cada uno de sus asaltos.
“Un día saldré y los mataré a todos”, fue lo último que Carlos Robledo, Carlitos como se le conocía, dijo ante el tribunal tras ser declarado culpable en 1980. Lleva detenido desde febrero de 1972 y, pese a un intento de fuga que duró 64 horas en 1973, no ha vuelto a pisar la calle. La vida entre rejas es su nueva cotidianidad y es el decano de los reclusos de Sierra Chica, una prisión de máxima seguridad a 350 kilómetros al suroeste de la ciudad de Buenos Aires. El historial criminal del joven arrancó en 1970 con el atraco a una joyería, en esta ocasión sin víctimas mortales. Pronto descubrió, de la mano de su cómplice Jorge Ibáñez, que tenía un don para el hurto y los asaltos.
Antes de conocer a Jorge Ibáñez, Carlitos no tenía ningún objetivo claro. Era un chico más en el barrio de Los Olivos en Buenos Aires, tímido y con cierto talento para la música –recibía clases de piano–. En el barrio recibía las burlas del resto de chicos que le llamaban ‘Colorado’ por sus rizos rubios a lo Marilyn, sus amaneradas formas y su ropa cara. Sus padres, una inmigrante alemana química de oficio y un inspector de la General Motors, le dieron una vida holgada y sin preocupaciones que no impidió que cometiera su primer hurto a los 11 años. Pasó una temporada internado en un reformatorio, pero su interés por el crimen no se esfumó.
Del robo al asesinato
En 1971, un año después de haber perpetrado su primer asalto a una joyería, asesinó al encargado y al vigilante de la discoteca Enamour tras hacerse con una suma considerable de dinero. Los mató mientras dormían y por la espalda, pues ese era su modus operandi. Y a estos primeros homicidios sucedieron muchos más. En otro de los asaltos de Puch e Ibáñez, una pareja y su recién nacido fueron sorprendidos. Ibáñez violó a la mujer, Puch asesinó al marido y disparó a la cuna del bebé, que logró sobrevivir junto a la madre. En julio de ese mismo año también mató a tiros a dos muchachas, una de 16 años y otra de 23, después de que su compinche las violara.
El punto de inflexión de su carrera homicida fue la muerte de Jorge Ibáñez, de quien dicen que el joven Puch estaba enamorado, en un accidente automovilístico estando Puch al volante. Sin embargo, este accidente nunca se esclareció y varias teorías apuntan a que fue el propio Puch quien lo asesinó. Con Ibáñez fuera de juego, Puch se buscó un nuevo socio: Héctor Somoza. Junto a su nuevo compañero, asesinó a cuatro personas más, pero todo terminó a comienzos de 1972. En febrero de aquel año, tras asesinar al empleado de una ferretería, ejecutó a Somoza por diferencias en el reparto del botín y le quemó la cara con un soplete para impedir que las autoridades lo identificaran. Sin embargo, olvidó su documento de identidad en la escena del crimen y la policía lo apresó de inmediato. Dentro del piano de casa de su abuela encontraron 7 revólveres y 196.000 euros de la época. Su familia fue otra víctima indirecta de sus andanzas. Tras descubrirse todo; su madre, Aída, intentó pegarse un tiro y su padre, Víctor, fue despedido de General Motors.
Se le tachó de psicópata carente de empatía y fue condenado a cadena perpetua. Pese a haber admitido los robos, continúa afirmando que fueron sus socios quienes mataron a todos aquellas personas. Actualmente, continúa entre rejas y pese a que ha pedido en varias ocasiones la libertad condicional siempre le ha sido denegada. Desde la prisión se ha declarado nazi y asegura que la Biblia es su libro de cabecera. También declaró que le gustaría que su historia fuera llevada a la gran pantalla por Tarantino, Spielberg o Scorsese. Sin embargo, dice que no está contento con la recién estrenada cinta de Luis Ortega, que dota a la historia de cierto aire homoerótico. Puch siempre se altera cuando alguien duda de su heterosexualidad, pero vive en el pabellón de homosexuales de Sierra Chica. Pese a su desagrado, la película ‘Él Ángel’, que se ha inspirado en esos 11 meses de su vida y está producida por el Deseo –productora creada por Pedro Almodóvar y su hermano Agustín–, está siendo todo un éxito en Argentina y es su candidata al Óscar.